Recogió uno a uno aquellos pedacitos de corazón que habían caído como caen las hojas de los árboles con el viento en otoño. Los acarició con sumo mimo y cuidado. Limpió con suprema dulzura la sangre que brotaba de cada uno de los pedacitos aterciopelados y los envolvió en fino papel de seda depositándolos en el cofre de plata que guardaba en su mesita de noche.
Era su pobre corazón al que quería enterrar en el mejor de los lugares. Amaba tanto a su corazón que quiso procurarle todos los cuidados y el cariño que merecía por tanta felicidad como le había proporcionado a lo largo de su vida.
Le daba mucha pena verlo en ese deplorable estado en el que había quedado, pero quizá, ahora que le había limpiado las heridas podría recuperarse de nuevo y volver a latir como lo había hecho en otras ocasiones en el que también quedó malherido.
No estaba muy segura y sin embargo no perdía la esperanza. Sabía que su amado corazón ya estaba agotado por el latir de tantos años pero aún se sentía joven y pudiera ser que el amor obrara de nuevo el milagro.
De momento, lo mantendría en su cofrecito de plata a buen resguardo e iría limpiando los restos de sangre que pudieran supurar todavía de sus heridas. Le hablaría con cariño y lo abrazaría colmándolo de amor, el mismo y en correspondencia hacia el que él le había entregado durante toda su existencia. Lo cuidaría con esmero por si algún día esos pedazos volvieran a unirse y a latir juntos de nuevo con la ilusión que renace en cada primavera.
Imagen de la red
Era su pobre corazón al que quería enterrar en el mejor de los lugares. Amaba tanto a su corazón que quiso procurarle todos los cuidados y el cariño que merecía por tanta felicidad como le había proporcionado a lo largo de su vida.
Le daba mucha pena verlo en ese deplorable estado en el que había quedado, pero quizá, ahora que le había limpiado las heridas podría recuperarse de nuevo y volver a latir como lo había hecho en otras ocasiones en el que también quedó malherido.
No estaba muy segura y sin embargo no perdía la esperanza. Sabía que su amado corazón ya estaba agotado por el latir de tantos años pero aún se sentía joven y pudiera ser que el amor obrara de nuevo el milagro.
De momento, lo mantendría en su cofrecito de plata a buen resguardo e iría limpiando los restos de sangre que pudieran supurar todavía de sus heridas. Le hablaría con cariño y lo abrazaría colmándolo de amor, el mismo y en correspondencia hacia el que él le había entregado durante toda su existencia. Lo cuidaría con esmero por si algún día esos pedazos volvieran a unirse y a latir juntos de nuevo con la ilusión que renace en cada primavera.
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