Me senté sin gran entusiasmo en aquel banco de mi nuevo espacio, el nuevo rincón de un nuevo parque con el intento, sin conseguirlo en un principio, de evadirme de los pensamientos. ¡Echo tanto de menos aquel otro lugar! Aquel, mi parque, como solía llamarlo, no es que fuera de mi propiedad, claro está, es que lo hice mío en el sentido de que allí lograba entrar en mi interior, conectar con mi ser interno en total aislamiento. Solo yo y el parque, sus sonidos, el silbido del viento, el aroma de la vegetación, el olor a tierra húmeda que tanto me gusta, el mirador desde el que se podía contemplar una maravillosa panorámica de la ciudad, el mar y casi, diría yo que lograba tocar el cielo con mis manos.
Este parque no es igual, aunque tiene vegetación no consigo sentir las mismas sensaciones que despertaba en mí el otro parque. Absorta como estaba en mi divagar no me daba cuenta que había entrado en un estado de plácida quietud mental, de súbito algo cambió, algo profundo y cálido me envolvió al poco tiempo de tomar asiento en aquel simple banco.
Pude escuchar el sonido de mi propio silencio, abstraerme de los sonidos de la máquina corta-césped que por allí rondaba, pude, sin darme apenas cuenta, conectar con esa parte que hacía tiempo no encontraba. Escuchaba los latidos de mi corazón y respiré con y para él, solo la respiración y mi palpitar sin más sintiéndome viva con la misma vida que el parque emitía.
Había llegado allí con una mente y un cuerpo muy agitados, los pensamientos son los peores demonios con los que a menudo batallo. Pueden llegar a ser mortificantes, aprovechándose de mi vulnerabilidad en mis horas bajas. Intento por todos los medios mantenerlos en silencio, amordazados en su cápsula mental. Huyo de su insistente intento de manipular y tergiversar toda mi realidad, o la que supongo que es, porque al final si los dejo deambular libremente consiguen llevarme hacia el terreno que ellos quieren y hacerme dudar de todo y complicarme más si cabe la existencia.
Ese es el motivo por el cual busco la forma de desconectar de ese sonido mental, repetitivo e insistente como una gotera que va cayendo de forma constante en mi cuero cabelludo hasta horadar y traspasar el cráneo con su persistente goteo. Encontrar paz en mi interior, esa paz y equilibrio que dé estabilidad a mi ser y me permita avanzar con serenidad y sin temores en esta etapa de cambios tan importantes que en mi vida se van produciendo.
Me dí cuenta con extraña exactitud de ser un mismo latido con el entorno a través de los latidos del corazón que laten por amor, en perfecta conjunción y armonía con el amor a la vida, a mí misma, a los pececillos que hay en el estanque, a las libélulas que revolotean en él, a la escasa y viva vegetación...me sentí en aquel momento una con todo lo que me rodeaba y sentí por primera vez la sensación de pertenencia a un mismo todo con la naturaleza de ese, mi nuevo entorno. En mi estado contemplativo no hubo lugar para la soledad. Pude apreciar por primera vez desde que llegué a mi nuevo lugar de residencia que no hay soledad cuando se contemplan las cosas que nos rodean con una mirada amorosa, en correspondencia a la mirada que la vida nos da.
Sentí en mi interior que había sido enormemente desagradecida con la vida de aquel parque. Me había ofrecido todo lo que tenía desde que fui por primera vez y en vez de mostrar gratitud por tan generosa ofrenda mostré una actitud egoísta y despectiva, en continua queja nostálgica al querer comparar dos lugares distintos, menospreciando lo que el nuevo parque me regalaba, en lugar de agradecimiento le había devuelto ceguera ante la magnitud de su generosidad.
Tomé consciencia del tamaño de mi error y miré a mi alrededor dando las gracias por todo lo que a mi disposición ponía la vegetación , el estanque, los peces y los patos que entraban y salían del agua...la vida en sí misma que me rodeaba y de la cual no había querido ser consciente, del abrazo de amor con que me recibía. Me había limitado a comparar y quejarme, a no saber ver las cosas favorables que tenía delante de mí y ver solamente las diferencias a las que hacía insalvables entre un espacio y otro.
He aprendido a amar cada día un poco más este pequeño lugar. Nada tiene que ver el espacio para sentir que formo parte de él, no es una cuestión del entorno es la actitud que ante los cambios pueda manifestar. Siempre habrá un lugar, un parque en el que me pueda refugiar, siempre habrá un lugar si lo miro como un todo del que formo parte con la vida que me rodea, con una mirada de amor y no con una mirada ciega.
Fotografía tomada en el Parque Municipal de Olesa de Montserrat por Marina Collado
Este parque no es igual, aunque tiene vegetación no consigo sentir las mismas sensaciones que despertaba en mí el otro parque. Absorta como estaba en mi divagar no me daba cuenta que había entrado en un estado de plácida quietud mental, de súbito algo cambió, algo profundo y cálido me envolvió al poco tiempo de tomar asiento en aquel simple banco.
Pude escuchar el sonido de mi propio silencio, abstraerme de los sonidos de la máquina corta-césped que por allí rondaba, pude, sin darme apenas cuenta, conectar con esa parte que hacía tiempo no encontraba. Escuchaba los latidos de mi corazón y respiré con y para él, solo la respiración y mi palpitar sin más sintiéndome viva con la misma vida que el parque emitía.
Había llegado allí con una mente y un cuerpo muy agitados, los pensamientos son los peores demonios con los que a menudo batallo. Pueden llegar a ser mortificantes, aprovechándose de mi vulnerabilidad en mis horas bajas. Intento por todos los medios mantenerlos en silencio, amordazados en su cápsula mental. Huyo de su insistente intento de manipular y tergiversar toda mi realidad, o la que supongo que es, porque al final si los dejo deambular libremente consiguen llevarme hacia el terreno que ellos quieren y hacerme dudar de todo y complicarme más si cabe la existencia.
Ese es el motivo por el cual busco la forma de desconectar de ese sonido mental, repetitivo e insistente como una gotera que va cayendo de forma constante en mi cuero cabelludo hasta horadar y traspasar el cráneo con su persistente goteo. Encontrar paz en mi interior, esa paz y equilibrio que dé estabilidad a mi ser y me permita avanzar con serenidad y sin temores en esta etapa de cambios tan importantes que en mi vida se van produciendo.
Me dí cuenta con extraña exactitud de ser un mismo latido con el entorno a través de los latidos del corazón que laten por amor, en perfecta conjunción y armonía con el amor a la vida, a mí misma, a los pececillos que hay en el estanque, a las libélulas que revolotean en él, a la escasa y viva vegetación...me sentí en aquel momento una con todo lo que me rodeaba y sentí por primera vez la sensación de pertenencia a un mismo todo con la naturaleza de ese, mi nuevo entorno. En mi estado contemplativo no hubo lugar para la soledad. Pude apreciar por primera vez desde que llegué a mi nuevo lugar de residencia que no hay soledad cuando se contemplan las cosas que nos rodean con una mirada amorosa, en correspondencia a la mirada que la vida nos da.
Sentí en mi interior que había sido enormemente desagradecida con la vida de aquel parque. Me había ofrecido todo lo que tenía desde que fui por primera vez y en vez de mostrar gratitud por tan generosa ofrenda mostré una actitud egoísta y despectiva, en continua queja nostálgica al querer comparar dos lugares distintos, menospreciando lo que el nuevo parque me regalaba, en lugar de agradecimiento le había devuelto ceguera ante la magnitud de su generosidad.
Tomé consciencia del tamaño de mi error y miré a mi alrededor dando las gracias por todo lo que a mi disposición ponía la vegetación , el estanque, los peces y los patos que entraban y salían del agua...la vida en sí misma que me rodeaba y de la cual no había querido ser consciente, del abrazo de amor con que me recibía. Me había limitado a comparar y quejarme, a no saber ver las cosas favorables que tenía delante de mí y ver solamente las diferencias a las que hacía insalvables entre un espacio y otro.
He aprendido a amar cada día un poco más este pequeño lugar. Nada tiene que ver el espacio para sentir que formo parte de él, no es una cuestión del entorno es la actitud que ante los cambios pueda manifestar. Siempre habrá un lugar, un parque en el que me pueda refugiar, siempre habrá un lugar si lo miro como un todo del que formo parte con la vida que me rodea, con una mirada de amor y no con una mirada ciega.
Fotografía tomada en el Parque Municipal de Olesa de Montserrat por Marina Collado
Esa actitud solo es cuestión de cada persona en función de sus ideas y su aprendizaje y tu aquí lo desmelenas hasta la saciedad. Es bien cierto, no hay más ciego que el que no quiere ver. Por lo tanto estoy en total acuerdo con lo descrito de una manera que cautivas al que lo lee...
ResponderEliminarBss. Y que tengas un feliz día, Marina !!!
Muchísimas gracias Joaquín, eres genial con tus expresiones siendo yo la cautiva en este caso. En este recorrido vital como bien sabes aprendemos, si queremos, de todo y la actitud es sin duda algo fundamental para hacer frente a todo lo que nos llega.
EliminarUn fuerte y cariñoso abrazo y gracias infinitas por tu maravillosa compañía.
Esa es la actitud, mi querida Marina, ser agradecido por todo lo que nos rodea, la naturaleza, la vida tiene mensajes preciosos que debemos captar, para ello se debe ser receptivo, y tú lo eres, preciosa.
ResponderEliminarMil besitos con todo mi cariño ♥
Así es mi preciosa Aurora, la vida, la naturaleza está llena de preciosos mensajes que, a veces en nuestra ofuscación no conseguimos ver y nos convertimos en un constante "quejío" perdiéndonos todo ese mensaje que tan a nuestro alcance está.
EliminarGracias infinitas por tu bella compañía siempre mi querida amiga.
Que disfrutes mucho de sta tarde de jueves.
Te dejo miles de millones de besos y abrazos y si necesitaras más solo tienes que decírmelo!!!!