Quiso volver otra vez a aquel mágico lugar que un día inundó sus sueños, quiso recrearse con aquel esplendoroso paisaje que quedó grabado en su retina y del que se sintió inmensamente atraída desde que lo ideó. Le resultaba difícil concentrarse y llegar a él a través de la ensoñación. Por mucho que lo intentara cada noche no lo conseguía.
Lo que daría por poder llegar, necesitaba perentoriamente sentir bajo sus descalzos pies el agradable contacto con la hierba húmeda, necesitaba que a su olfato le llegara el olor a tierra, a vegetación, la fragancia de la exuberante flora que hacía de aquel hermoso lugar un paraíso único y perdido en su recuerdo.
Sentía verdadera nostalgia por poder contemplar cómo las aguas del cristalino río le devolvía el reflejo de su imagen, escuchar el canto de las aves que habitaban en la frondosidad de los árboles. ¿Por qué su imaginación le negaba ese regalo? En el bello jardín encontraba la paz tan ansiada, la calma para su intranquila alma, el sosiego y el recogimiento necesario que le permitía poner en orden su mente en equilibrio con su cuerpo.
Sí, lo creó para sí, para poder disfrutar y evadirse de la vorágine de pensamientos que continuamente la invadían...necesitaba más que nunca alcanzar el estado de éxtasis, de nirvana que alcanzaba en estado de meditación, necesitaba dormir, soñar, crear su espacio en los sueños, sentir la ingravidez de su cuerpo por aquel paraje, fundirse en él y reconocerse y conectarse con su esencia.
Y aquella noche lloró con desgarro y desconsuelo sin dejar de interrogarse bajo el amargo flujo de lágrimas que sin contención derramaba: ¿dónde quedó mi alma? ¿dónde quedó atrapado mi yo? ¿en qué lugar de mi pensamiento se aloja el olvido para la creación? ¡Quiero volver a mí, quiero que la luz de mi vergel vuelva a iluminar mi esencia!
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