Siempre la visitaba, no había día que no encontrara un momento para ir a verla. Sus encuentros eran breves y silenciosos, llegaba como un soplo de brisa fresca y se sentaba junto a ella en la cama en la que se mantenía postrada. Nunca le dijo su nombre ni quién era ni por qué iba a verla, sólo la miraba con aquellos enormes ojos grises llenos de ternura. Le parecía un hada salida de un cuento de bellas princesas encantadas en la que ella debía ser la mano benefactora que siempre favorecía a estos personajes.
Sin darse cuenta esperaba su visita con impaciencia, aunque la dama misteriosa nunca se retrasaba, era de una puntualidad extrema. La extraña conexión que entre ellas había le daba paz y sosiego. No sabía cuánto tiempo más debería permanecer en aquel lugar pero no le importaba ya el tiempo, lo importante era que día a día aquel dolor que no la deja respirar iba despareciendo. No sabía las causas con exactitud porque no le administraban ningún medicamento, para ella lo importante era poder descansar, dormir y respirar sin que el dolor se lo impidiera.
Desde el gran ventanal de su habitación podía admirar el gran jardín que la rodeaba. Era realmente precioso estaba colmado de árboles frondosos y bellas flores de todos los colores. Se decía para sí que después de todo se sentía afortunada por haber ido a parar a aquel hermoso lugar y aunque no podía levantarse debido a la extrema debilidad que sentía podía incluso oler la fragancia que le llegaba del jardín. Olor a jazmín, a lavanda, a pino...cuando llovía podía disfrutar del olor a tierra húmeda. Le encantaba escuchar por la mañana el trinar de los pajarillos que revoloteaban de árbol en árbol. Llegó a creer que cantaban para ella, anunciándole así la llegada del nuevo día. A menudo pensaba que cuando saliera de aquel lugar lo echaría de menos y volvía a sentirse afortunada por poder llevar en su corazón tan bello recuerdo. Por supuesto, tampoco olvidaría a la misteriosa dama que la visitaba ya que con su sola presencia conseguía alejar todos los temores y los miedos que la aquejaban antes de su llegada. Era como si la tocara con una varita mágica y le inyectara vida con su sola presencia.
Aquella mañana la hermosa dama venía ataviada de un vestido de gasa blanco que le cubría hasta los pies. Su mirada era la mirada más dulce y acariciante que hubiera lucido antes. Se sentó junto a ella y le cogió su pálida y delgada manita y sin más palabras se tendió junto a ella en el lecho acunándola en su regazo hasta que se adentraron en un profundo y dulce sueño. El silencio se instaló en la habitación y al poco tiempo se abrió la puerta dando entrada a una forma luminiscente que alumbraba toda la estancia. En el lecho yacía la anciana con una dulce y plácida sonrisa. Al abrir de nuevo los ojos reconoció de inmediato a la dama que la acompañó durante todo el tiempo que se mantuvo inconsciente y que ahora le tendía las manos para acompañarla en su viaje a través de la luz. Ambas se fundieron en una única forma lumínica y atravesaron el umbral dejando tras de sí una estela de niebla blanquecina...La estancia volvió a quedar en penumbra.
Imagen de la red
Precioso relato Marina, la narración sencilla y plasmada de detalles y el desenlace, aunque pudiera parecer, el tema de la muerte, triste, me parece precioso. Besos!!
ResponderEliminarMi querida Marijose agradezco enormemente tus bonitas palabras...gracias miles preciosa. Besos y abrazos todos para ti corazón.
EliminarHola! muy bonito relato, me encanto, te dejare mis blogs para que los cheques cx http://aventuraenlibros1797.blogspot.mx/
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Un abrazo!
Gracias por tus palabras y visita Diana. Visitaré tus blogs amiga. Un gran abrazo.
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