Volví a descender de nuevo, muy despacio, lentamente, uno a uno los peldaños del cálido mármol de la conocida escalera. Silenciosa y sin prisas hice el tramo final. Me esperaba allí, inmutable, la colosal imagen de la dorada puerta que entreabierta me dejé por si otra vez volviera. Entre nubes suspendida crucé el umbral somnolienta. Una ráfaga suave de dulce brisa etérea irradió mi alma, embriagó mi mente de memorias nuevas. De aromas silvestres, de flores de azahar y de húmeda tierra. De bucólicas danzas de melodías viejas. De la sutil fragancia que envuelve el deseo. De policromados días, de amaneceres nuevos. Intuitivamente, supe siempre que algún día volvería al lugar de calma donde reina la paz, donde la mente reposa para encontrar su alma. Al lugar de amor donde las cicatrices sanan y las heridas...
Letras que discurren por un mar a veces calmo a veces tempestuoso por el que fluyen sentimientos y emociones que navegan al son en que late el corazón durante el temporal y la calma.