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LA CUEVA
















Encerrada en aquel lugar donde el aire y la luz del sol apenas entraban. No sabía cuánto tiempo hacía que permanecía en aquella oscura cámara ni cómo había llegado allí, solo era consciente del primer recuerdo inmediato a su despertar y verse allí tumbada en el frío suelo de aquella cuadrícula que pretendía, sin lograrlo, ser una habitación.

Debían haberle suministrado más sedantes de los que su organismo podía soportar porque sentía como si por encima de su cuerpo hubiera pasado una apisonadora. No podía a penas moverse lo que la llevó a observar sus extremidades y con gran estupor se vio aprisionada dentro de lo que intuyó era una camisa de fuerza. No conseguía  recuperar la memoria de los últimos acontecimientos, notaba un embotamiento descomunal en su cabeza y era incapaz de coordinar pensamientos. La boca se le había secado tanto que el poco aire que entraba por ella le hacía daño en la garganta, era como si tragara alfileres y la desgarraran por dentro.

No entendía nada, por más que se esforzaba no entendía que hacía en ese habitáculo en el que parecía la habían dejado en la más desoladora de las soledades. Su estómago empezó a crujir y pensó en cuánto tiempo haría que no ingería alimento...se sentía desfallecer, las fuerzas la habían abandonado no sabía en qué momento exacto de su existencia.

Volvió a entrar en aquel sopor que la mantenía aletargada al mismo tiempo que absorbía la sal de las lágrimas que se deslizaban por su rostro, de momento parecía que iba a ser su único alimento. Se adentró en un profundo sueño en el que se vio a sí misma golpeando fuertemente algo que parecía una silueta pero en el sueño quedaba difuminado como si no quisiera mostrar el rostro. De repente, las escenas se tiñeron de rojo y se despertó sobresaltada. La sangre siempre la impresionó y aquel rojo que surgió de súbito en el sueño la dejó aterrorizada y se volvió a preguntar qué había pasado y por qué estaba en aquel lugar encerrada y privada de todo movimiento como si de un animal salvaje se tratara...¡Dios!, pensó en él sin gran convencimiento, pero pensó en ese Dios en el que dejó de creer  hacía años.

La puerta de aquel cubículo se abrió dando paso a dos personajes con vestiduras cuyas transparencias dejaban al descubierto un enorme corazón. Eran un hombre y una mujer y ambos sostenían en sus manos una especie de pergamino antiguo. Sin pronunciar palabra alguna se acercaron a ella y le examinaron las pupilas que aún permanecían dilatadas. Por extraño que le parecía no sintió miedo ante estas transparentes formas, es más, le resultaban familiares y sentía que nada debía temer de ellas. No articulaban palabra, pero notaba que se producía una especie de comunicación más allá de la forma verbal. Las penetrantes miradas oscuras atravesaban sus ojos y exploraban su cerebro transmitiéndole desde allí signos y señales que podía descifrar perfectamente...¡se comunicaban telepáticamente! No podía dar crédito a lo que estaba pasando. Las preguntas que se se estaba haciendo las contestaban sin dar tiempo a que terminara de generar el pensamiento y entonces comprendió claramente cuál era su situación.

Se remontó a la época de su triste infancia en la que había sido cruelmente maltratada por aquel horrible y maligno ser que habitaba en la cueva y que la mantuvo secuestrada durante muchas vidas privándola del tiempo que le correspondía y sometiéndola a las más duras experiencias que ningún ser humano era capaz de soportar. Le robó la voluntad y le inyectó de miedo el alma consiguiendo así casi una aniquilación perfecta de su persona.

Con una rapidez extraordinaria hizo un recorrido mental por todo lo acontecido en sus vidas anteriores hasta situarse en el momento en que consiguió escapar de las garras de su prisionero. Horrorizada vio cómo para hacerlo tuvo que enfrentarse a él para poder salvar a todos los niños y niñas a los que tenía sometidos como a ella y asestarle con un atizador en la cabeza hasta ver fluir un río de sangre por ella. El terror no la paralizo y consiguió sacar de aquella oscuridad a todos los niños, meterlos en una carreta y alejarlos por siempre de la aniquilación.

Todo empezaba a cobrar sentido y cuando miró a su alrededor los personajes habían desaparecido dejando un pensamiento en ella del que ya no se pudo librar: "Nadie puede sacarte de tú encierro más que tú misma. En tus manos está cortar los grilletes que te mantienen atada. Eres tan libre como quieras serlo si te deshaces de tus pensamientos ya que estos son tus auténticos carceleros"

Se miró a sí misma y vio que la estancia estaba inundada de limpia luz solar y que su cuerpo flotaba libre de ataduras...El sueño se  había vuelto a repetir, se dijo a sí misma.








Imagen de la red






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