Mira por la ventana y ve pasar los días, todos le parecen iguales, es como si la luna y el sol se hubieran puesto de acuerdo o se hubieran confabulado en su contra. No le gustan los días grises, necesita el sol, nutrirse de sus rayos.
A veces llega a identificarse con los lagartos pues comparte con ellos esa búsqueda de calor; le gusta ese sol de invierno que calienta sin quemar, piensa en la posibilidad de que ella sea también de sangre fría, lo cierto es que necesita quitarse de encima ese extraño frío que la invade. No sabe si es que ya lo trajo consigo al nacer porque lo lleva incrustado muy adentro y en los días invernales llega a congelarse. Siente como poco a poco sus manos van quedando entumecidas, como si la sangre en las venas se fuera congelando, el frío le recorre el cuerpo lentamente, pero es en sus manos donde lo nota con más intensidad, hasta el punto que en muchas ocasiones tiene que meterlas debajo del chorro de agua caliente que sale del grifo. Siempre se pregunta por qué en sus manos y no en otras partes del cuerpo.
Esta es una de sus elucubraciones otoñales, la entrada de esta estación siempre le hace decaer el ánimo, si tuviera que ponerle un color, sin duda escogería el gris ya que éste le sugiere el preámbulo de la próxima estación, es el color que separa el blanco del estío con el negro del invierno. La peor parte es acostumbrarse a ese cambio de tonos, ese cambio antes de la entrada de la oscuridad porque una vez ya se ha establecido el frío y la brevedad de la luz solar su ánimo se restablece y, aveces hasta le gusta, sobre todo las mañanas soleadas en las que busca la quietud de su parque favorito en el que puede disfrutar de los rayos del astro rey, del sonido del viento, del olor a hierba húmeda y de alguna que otra risa infantil que se oye al otro lado en la zona de juegos infantiles. Allí, sentada en un banco, después de hacer el recorrido hasta el mirador en el que disfruta de la espectacular panorámica de Barcelona es donde se recrea y deja que los rayos solares que se filtran a través de los árboles penetren en su cuerpo traspasando el abrigo que lleva puesto, acariciando su rostro, inundando su cuerpo y su alma de vida...
Ya es hora de ir haciendo el cambio de ropa en el armario...el frío ya se está anunciando y con él el paso de otro año. El tiempo es implacable, no necesita mirarse al espejo para sentir la huella que éste ha ido dejando en su persona...
Imagen de la red
Es cierto que el otoño desprende una sensación de melancolía, los días se acortan, la luz cambia, ese gris que como dices parece instalarse, sin embargo es una estación dónde las montañas se visten de colores espléndidos, con esas gamas de ocres, marrones, rojizos...una gran paleta que parece querer alegrarnos un poco a los que no nos gusta mucho esta estación.
ResponderEliminarSaludos
Sí, el otoño tiene esos colores especiales que lo hacen único. Gracias por comentar y visitar este, mi espacio Conxita. Besos y abrazos!!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato, Marina. Con lo que a mí me gusta el otoño, debe ser porque soy de tierras cálidas. Los antillanos alucinamos al ver a los árboles mudar el vestido, el verdor desaparece, cierto, pero el gris ybla lluvia tienen su punto de recogimiento muy bueno para los que nos gusta escribir.
ResponderEliminarEs mi primera visita y me voy complacido.
Un abrazo.
Muchas gracias por tu visita Jonhn Madison y por tus palabras que son realmente muy alentadoras amigo. Nos seguiremos encontrando en este camino de las letras. Un abrazo para ti tambien!!!!
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